lunes, 22 de abril de 2013

Software

Mi amigo Santi dice
clarividente
que ser adulto es entender que cuando no da
no da

y si fuera así de simple
a ese mundo de gente que nos separa
lo mandaríamos a buscar leña
para hacer el fuego donde incendiarlo
y que en sus cenizas de renovación
hagamos el nido de nuestros jamases
crezca el jardín de nuestros días
duerman los monstruos de todo pasado
renovemos los votos y las botas
para el barro denso de la vida 
del cual mutuamente nos agotamos

pero mi amigo Santi dice
categórico y significante
que cuando no da
no da;
un software adulto que ya me instalaron
un antivirus contra la contradicción
una cura a los problemas humanos.

martes, 2 de abril de 2013

Las frases para vos


Hay las promesas que no se cumplieron nunca
hay los viajes imposibles con gente inexpresiva
hay sugerencias del día, obligaciones de la noche
hay un I must revoloteando nuestras cabezas
y las ganas tiránicas de desgarrar el velo
que nos está separando como a dos camalotes

hay los platos sucios que no son tantos
hay aire enrarecido de cigarrillo y aromatizador
hay –rarísimo- una pila de repasadores en la silla
hay un mañana neblinoso y espléndido
que me obliga a considerar qué hacer con todo esto
un dique de amor que se está desbordando de a poco

hay cuentas pendientes y cuentas por pagar
hay heladera, revistas, libros sin leer, cama individual
hay un miedo al vacío y a las abejas y a las palabras por decirte
hay una paz ineludible en este décimo piso, sin muerte
se parece mucho a una plaza en otoño con sol
vagabundeo y fumo, tomo mate y junto las frases para vos.

martes, 23 de octubre de 2012

Facciuto

Aunque me fuercen yo nunca voy a decir
               que todo tiempo por pasado fue mejor       
¡Mañana es mejor!   


La ola gigante barrerá todo a su paso
pero nunca llega a salvarnos del después
cuando el silencio patea la puerta
y un tercer tiempo impone una cortina de hierro
siempre inundamos los tanques
y nos hundimos para no perder la costumbre

es familia y amor
estamos hechos de eso
un hito primigenio
un flechazo lento
como de treinta años
hijos por todas partes
oportunidades, clones
que insisten en fallar

qué insistencia el amor
cuánto interés efímero en el querer 
desesperados por quererse bien
como creemos que corresponde;
por suerte siempre la esperanza
es que exista un mañana
y capaz pasado sea mejor.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Vinicius


La tele hacía brillar los trofeos de plástico dorado que Jony había acumulado en varios años de baby fútbol. Marisa se estaba terminando de pintar en el espejo del baño, y de la habitación oscura venía solamente la luz de colores cambiantes que generaba en la Play el GTA 3. Un gangsta-terrorista destruía el centro de una ciudad con una bazooka, matando policías y peatones en bolas de fuego anaranjadas. El control hacía ruido a algo suelto adentro, pero por lo que pasaba en la tele, Jony usaba todos los botones que la matanza solicitaba.

-¿Por qué nunca te morís?- preguntó Marisa mientras terminaba de luchar con los botones de su pantalón negro.

-Porque puse el truco de daño cero, Ma- y un camión de bomberos se volcaba ante un nuevo bazucazo. -Quiero llegar a las 5 estrellas, ahí vienen a dispararte los sniper desde los helicópteros y traen a los tanques del ejército.

-¿Los qué te disparan? Es muy violento ese jueguito, mi amor. ¿Te vas a portar bien? Vuelvo cuando estés dormido ya, voy con las otras seños a cenar afuera, por Ramos.

Las arrugas. Las patas de gallo alrededor de los ojos. Las canas por suerte ya no están, después del cobrizo espectacular que le hizo una amiga suya en la peluquería sobre Segunda Rivadavia. Tapar, tapar bastante, igual como es un boliche nunca se ve todo tal cual está, a menos que se llegue a instancias más avanzadas del asunto. Y ése era el problema, la falta del asunto. Ricardo -el afectuoso Richi caído en desuso- se volvió a lo de la madre hacía ya seis meses, y empezaba a pesarle dormir sola, después de liberarse de años de ronquidos atronadores y desesperación adolescente por el sexo repetitivo y mecánico. Era la primera vez que se iba a bailar con las seños, y estaba bastante intranquila.

Adri, la de 2do A, era la que le dijo quince días antes de hoy viernes el plan. 

-Cenamos todas juntas y de ahí nos vamos a romperla, Marisita. ¡Por fin te animaste a venir con nosotras después! Te va a venir perfecto, Vinicius tiene un plantel...- y cuando se le notaba la calentura bizqueaba un poco, como cuando les gritaba desaforada a los pobres pequeños que tenía a cargo en el grado. En total serían cinco: Adri, Marisa que daba Matemática y Naturales en 5to B, su compañera Pato que daba  Lengua y Sociales, la secretaria Irene y la líder espiritual: la profe Karina, portadora eterna de calzas clavadas. Todas rodeando los 40, todas separadas o a  minutos de eso. Y Vinicius era ya tradición, casi una obligación. 

Marisa había entrado a la escuela titularizando dos años atrás por su puntaje envidiable para los 38 recién cumplidos, así que esta noche terminaba el ritual de iniciación e ingreso, si es que había algo más en él que no sea la costumbre de ir al boliche a ver strippers enormes y tomar tragos de colores. Tal vez dejarse levantar por algún pendejo cuando abrieran las puertas para los hombres -aunque eso casi siempre había quedado reservado para Karina, que mantenía un culo digno para ofrecer a quien quisiera intentar algo.

El gin tonic en la mano. Las gotas de transpiración rodando por la curva de la espalda. La inseguridad en los pies, caminar inquieta por al lado de la barra, hasta que Karina viene y dice ya está ya sale el primero vení vamos más cerca del escenario. Hay otras mujeres que hacen cosas extrañas con la ropa, se refriegan entre ellas. Marisa empieza a sentir un poco de pena por ellas mientras las luces de Vinicius bajan su intensidad para quedar reunidas en un solo reflector que apunta al cortinado brillante de donde va a salir el Toro, la Bestia, el Trozo, como escucha a su alrededor. El reggaetón ambiente de pronto cambia por un blues bien lento y Marisa siente que no puede hacer más calor ahí adentro, tira el tapado en la silla y se levanta para acomodarse el pantalón que le molesta. Está a dos pasos del escenario que es como un pasillo a medio metro del suelo. En ese momento, el cortinado se corre y sale el stripper, vestido con un pantalón de vestir y una camisa a punto zafarse de tan apretada. En la cabeza un sombrero tanguero, pero no se pueden distinguir los detalles de su cara, la luz que viene del detrás de escena (un truco para poner aún más desesperación en las espectadoras) no deja ver más que una abstracción, casi una imagen mental de él. 
Una mujer desencajada se acomoda la remera para mostrar más las tetas, dándole con el codo a su vaso, que se vuelca sobre las piernas de su amiga, que la putea y empieza a limpiarse el cuba libre con servilletas, sin dejar de mirar el espectáculo. Marisa está empezando a sentarse y el stripper se corre un momento de su trayectoria, y la luz que su figura tapaba se le viene toda encima a ella. Se congela un momento y se da cuenta que está haciendo el ridículo, para risa de las seños que aúllan y chiflan con dos dedos en la boca, ya bastante borrachas. Ella también. Se siente lenta, acompasada con la música.


El show recién empezaba con el cambio repentino de orientación de la luz sobre el stripper. En realidad ahí, bañado de luz blanca de repente, empezaba la performance, con una mano en el ala del sombrero. Esa postura marcaba en la camisa -de botones a presión y no con ojal, como notó Marisa corriéndose por un momento de la fascinación colectiva- la perfección de los brazos y hombros, crecidos desmesuradamente en bíceps, tríceps y pectorales que peleaban por mantenerse pegados al hueso que les servía de ancla. Estallaron las mesas en chiflidos y grititos agudos, exagerados. 

Seguía sin alzar la cabeza de modo que su cara todavía quedara oculta por la sombra del sombrero, pero había empezado a revolear un poco los brazos y a dar unos pasos en el lugar, mientras se mueve siguiendo el tempo cadencioso y abrupto del blues. Éste subía, la voz de negro que cantaba alcanzaba la cima antes del estribillo y la rutina llevaba las manos a súbitamente arrancar la camisa -por eso lo botones a presión, claro- y a mirar al fondo del boliche, al horizonte del boliche donde quedaba la barra y la puerta de salida. Estaba maquillado, le brillaba la piel. Pero tenía los ojos celestes, la nariz perfecta. La mandíbula cuadrada era una caja preciosa de dientes blancos. Bajó la vista, tirando la camisa al piso del escenario, y fue recorriendo con la sonrisa a cada una de las chicas en la  primera fila. Marisa lo vio llegar, lo vio transformarse en algo conocido y enterrado en el fondo de la memoria. Vio el rompecabezas que se terminaba de armar, la última pieza en su lugar al momento de pasar justo por donde estaba ella sentada: Mario estaba ahí, igual. 

Joven, perfecto; trabajado para que cada línea y curva de su cuerpo se viera, se entendiera. La lógica de los musculosos se basaba en que no quedara nada sin definir y él vivía para eso en el gimnasio del barrio donde Marisa iba hacía 15 años. Estuvo yendo dos meses nada más, Mario fue su único revolcón extramatrimonial y por la culpa que le daba dejó de ir. Pero ahora estaba ahí, ese mismo Mario de los noventa. No había sabido más nada de él, se transformó en un ideal del cual dependían las realidades imperfectas del día a día con Ricardo. No podía ser él mismo, él igual, el tiempo hace cosas terribles en los cuerpos de la gente, es inevitable. Sentía que de ella no quedaba nada que estuviera emparentado a la imagen de Mario encarándola mientras corría en la cinta, o rodeándole la cintura de esa época con su enorme antebrazo cuando entraban al telo a dos cuadras del gimnasio. No era posible que una persona sobreviviera al tiempo de esa manera, como si no hubiese vivido.  Buscó a ver si era otro, pero no, era lo mismo, no había dudas. Mario había quedado suspendido, guardado como un cofrecito adentro de muchos otros, imposibilitado de oxidarse, pudrirse, mitigarse, despintarse, apagarse.

Ahora se arrancaba los pantalones de vestir falsos con un tirón del velcro y  todo en su mismo lugar, era insoportable. Se acalambró de tener tan tensionadas las piernas, dió un salto de dolor y sus amigas lo interpretaron para otro lado.

-¿Qué pasa Marisita, te calentaste? ¡Cómo me gustaría garcharme a esta bestia, por favor!-, y Karina gritó algo incomprensible entre el griterío.

Cuando Mario terminó con el sombrero tanguero en la pelvis y el slip turquesa de vinilo volaba hacia una de las mesas de cincuentonas, Marisa se levantó desorientada y se fue al baño. No estaba excitada, no estaba nada. No estaba. Entró a uno de los inodoros, intentó hacer pis y no pudo, no había nada adentro de ella. Se miró al espejo sucio, le pareció que se había pintado de más, se asqueó. Jony se habría acostado sin lavarse los dientes, apagando la Play a velocidad supersónica y tapándose rápido para que Yanina, su otra hija, no se diera cuenta. Lo hacía siempre, era tan obvio, pero Marisa se hacía la que no había escuchado para evitarle el mal momento.

Apenas salió del baño se acordó de las chicas, las había perdido. Ya habían abierto la puerta principal y estaba entrando la gente que venía después, cuando Vinicius se hacía boliche. Del pasillo de los baños pasó por la barra y no las vio, así que subió por la escalera al entrepiso, que ahora le dicen vip. Entre los silloncitos y mesas bajas había otros strippers y minas gatunas, que la miraron sin interés. Al lado de la barra de arriba estaban los otros baños, se acercó por mirar, sin mucha esperanza. Se quedó peleando con el celular al lado de una puerta, a ver si lograba mandarle un mensaje a alguna de ellas, pero le tocaron el hombro:

-Acá estás, linda. No aparecías por ningún lado, te estuve buscando en cuanto bajé del show. Acompañame-. Mario tenía un pantalón suelto y una musculosa y Marisa se bloqueó, sin entender cómo era que estaban entrando en los reservados.



Abrió la puerta temblando y con el corpiño suelto. Había acabado tan intenso que se asustó y se separó de él, se vistió rápido y salió de los reservados, con un gracias a media voz antes de cerrar de un portazo. Pisó el suelo mojado del vip y se acordó que tenía los zapatos en las manos, así que se sentó  en la barra. El barman hablaba con otro tipo, de camisa blanca muy abierta y collares de oro. Pidió un vaso de seven up y se terminó de acomodar discretamente el corpiño. La voz de Mario volvió a aparecer, ahora desde la barra, pero sonaba descuidada, medio afónica, envuelta en olor a cigarrillo negro.

-¿La pasaste bien Marisita? Este pibe es una bomba, me hace acordar a mí cuando era más pibe. Siempre se van contentas las chicas con él, nunca me falla. Igual no te preocupes que no te va a salir nada eh, es un regalito de parte mía. Te vi en la fila con tus amigas, ¿cómo andás tantos años?


Tardó no más de media hora en hacer las veinticinco cuadras hasta su casa. Jony ya estaba dormido de verdad, por suerte.

jueves, 19 de julio de 2012

El mundo en cada bocanada de aire

Volver a parpadear y ser conciente de esa bocanada de aire, que duele muchísimo. Venía bien, se había bancado un par de trompadas indirectas y había dejado a uno con la nariz torcida, sangrando como un chancho degollado. De la nada el estallido, pedazos de vidrio que pasaron por delante de su vista que se fue apagando y, curioso, pensó que era lo mismo que cuando en las películas alguien perdía el conocimiento, como un fundido a negro progresivo, muy lento, mientras que seguían pasando cosas detrás de la pátina gris cada vez más densa. Eso no lo pensó así de preciso, lo hizo como todos, imperfecto, burdo, torpe como sus últimos pasos hacia adelante, hasta sentir el suelo muy rápido y muy duro en su cara y chau, se cortó la luz. Así son los botellazos a las 4 de la mañana.

Me recagaron a patadas, se dijo. El piso mojado le hacía mucha presión en el pecho, escuchaba un chiflido agudo cuando entraba el aire a sus pulmones. Los pulmones, los órganos. Me cagaron a patadas. Preocupación por fin, pero distante, como si su cuerpo fuera algo sobre lo que él tenía poca influencia, algo así como si hubiera encontrado el auto de un amigo todo chocado. Estuvo muy quieto mucho tiempo con los ojos entrecerrados, jugando a no ver bien, a ver sin hacer foco. Las luces de la calle, los autos que pasaban de vez en cuando.  A eso jugaba de chiquito, volviendo en el auto de mamá a la noche, mirando por la luneta trasera. 

Imposible fijar tiempos, a no ser por el latido creciente desde algún lugar de adentro, como de la panza, pero que repercute en la espalda. O efectivamente en la espalda, no es claro. Se desconcentra rápido respecto de lo que piensa, y cualquier mínimo intento de movimiento lo hace sufrir una barbaridad. La calle estrecha en la que lo arrinconaron, después de que lo corrieran desde la puerta del bar, parece el fondo de un cono lleno de sombras, y en la boca se pueden ver los autos que pasan indiferentes y automáticos, sin vida adentro, sin agentes de salvación.

Ganas de toser, tos, dolor tremendo. Miedo. Un miedo que surge desde la certeza de que se está mal, que se bordea un abismo que jamás fue visto. La angustia se acumula con la primera bocanada de sangre viscosa, que atraganta. Se atraganta, me atraganto tengo sangre en la boca y mucho miedo y ganas de estar en casa. El mundo alrededor se aleja, vuelve la sensación de separación y desconexión, pero ahora opera la desesperación por comunicar, por sobrevivir. Gritar duele, desgarra lo ya roto y maltrecho del envase. Cree ver unas piernas acercándose, pero ya es tarde, no hay diagnóstico posible de recuperación, llora con esos sollozos mudos de quien aprende cómo es morirse. Es un torbellino de posibilidades este momento, la libertad lastima como las aspas de un helicóptero y revuelve los árboles y papeles de cada posible decisión. Nunca fue tan importante cada palabra dicha, cada elección  considerada. Si todo termina en esos pocos segundos que le quedan, desparramadas sus posibilidades por ese asfalto desparejo y sucio, entonces el mundo se resume en cada bocanada de aire con gusto al hierro de la sangre. El mundo parecía inabarcable hasta antes de correr y que lo encierren, lo encaren de a varios y cobardes lo caguen a patadas; ahora está todo concentrado entre la espalda y el pecho, desde la cabeza latente a los pies desorientados. El mundo quedaba lejos y era enorme, pero ahora vibra intolerable en su cuerpo. Basta, ahora entiendo la impaciencia de los torturados, espera el último atragantamiento y el final inesquivable. Hay unas luces que enceguecen a su alrededor, forma y fondo no se distinguen. Hay una esperanza pero no puede identificarla en la marea de tos y temblor. Ya no queda nada más que abandonarse.


-Pibe, ¿me escuchás? Te vamos a dar vuelta, quedate quieto si me escuchás. Te vamos a poner el collarín, tranquilo que ya nos vamos¿Cómo te llamás?

sábado, 14 de julio de 2012

Contagio

Todas las guitarras que ofrezcas en tributo
las miles de canciones rodando y esperándote
no alcanzan
no sirven ni te completan
porque no está quien colme la copa y la derrame por el mantel
y es que
la esperanza de ser pleno en el otro
es una hermosa mentira
se vive
se prueba y se lastima
para poder después arrepentirse
y aprender


por eso denigro el homenaje a mi letra 
que no tiene sentido
abandonarse es una hermosa salida
se penetra
se desea y se derrama
para poder después arrepentirse
y soñar


existe la nostalgia por lo que nunca se tuvo
por lugares donde el pie jamás pisó
dolor en el brazo que hace años se perdió
no extrañes ni desees tanta nada
que estoy contagiándome de vos.

sábado, 23 de junio de 2012

Vanity Friday

Le piso un zapato, oso pisarle un zapato a este modelito de publicidad de tarjeta de crédito para jóvenes adinerados y consumistas (yo vendría a estar sólo en el segundo grupo, por desgracia). Me mira con el desprecio de quien combina obsesivamente los colores de todo lo que viste, pero sigo charlando con mamá, muy temprano en el subte.

Se baja mamá en Acoyte y me concentro en el modelito. Es viernes, se impone el casual para luego after. El flequillo se remonta, la barba prolijamente desprolija, como logran hoy las afeitadoras-falo. Saco de terciopelo azul -muy envidiable, para ser sincero-, jeans acostumbrados a la tintorería, zapatos de esos puntiagudos que se usan ahora y me hacen acordar a las Mil y Una Noches. Reloj, relojazo, todo brillantes y detalles.

Eso sí, no andaba. Estaba clavado en las once y media, en ángulo de 180º, y el segundero estaba aburridísimo, harto de ser un maniquí de vidriera. Con qué poco uno puede alegrarse la mañana...

martes, 29 de mayo de 2012

Quién te dice

Creo que vengo pensando hace un tiempo que:

quién te dice
si no seremos imitadores
mentidores
creídos de que la vida se explica
se relata
como los cuentos
que queremos escribir

el desengaño viene
con las rectas curvas
y las contraindicaciones
del plano que alfombra
la piedrita de mundo
en el que nos diluimos

la ilusión viene
con latidos de un corazón
con palabras disfrazadas
con sonrisas chuecas
con goles en el descuento;
en realidad
no hace falta mucho esfuerzo

quién te dice
si en este mismo momento
no andamos rasgando el velo
vaciándonos
violando la bóveda
de la herencia que desconocíamos

quién te dice
de tanto verso y verso
tal vez
por fin
estemos saliendo.

domingo, 20 de mayo de 2012

Crónica Laboral: Reencuentro

Un abrazo sentido, como de veteranos de guerra.

-¿Qué hacés, Mercedes? Qué gusto verte, qué sorpresa.
-¿Cómo estás, al final me hiciste caso y viniste acá a atenderte? Mamá, él es Lisandro, ¿te acordás?

La madre de Mercedes se acuerda, lo saluda exagerando la efusividad. Entre ellos las cosas se abstraen, el mundo se hace más puntual, pareciera que sólo pueden aceptar como real sólo lo que les pasa en ese exacto momento. Y se miran más de lo común antes de hablar lento, más incluso que los que están enamorados, porque es fácil estar enamorado, creo que ellos lo saben bien.

-Venís a psicólogo y psiquiatra, ¿no? Yo vengo dos veces por semana, los separo los turnos para no estar toda la mañana acá -dice Lisandro, y por los rasgos de su cara no podría afirmar su edad, está avejentado a la fuerza, me lo imagino gritando exasperado, rodeado de los restos de su habitación destruida-. Le tengo que pedir un certificado al muchacho, pero lo pido por las dudas nomás, porque sé que van a venir mi mujer y mis hijas a buscarme y pedírmelo.
-Te tienen cortito, parece. Yo vengo con mamá a pedir certificado para el trabajo, tengo que justificar el ausente de hoy.

Intercambian números de celulares y se despiden, mirándose puntillosamente, como para no olvidarse (¿otra vez?) de cómo eran, y se van para sus respectivos consultorios. Yo me voy, no los veo más porque terminó mi turno, pero el lunes Mercedes llega trayendo el certificado que dice que en el Fernández pasó la madrugada del sábado por una inapropiada mezcla de alcohol y medicación. Su madre está siempre al lado, imperturbable ante los cortes en sus brazos y las voces que dice escuchar Mercedes, que le piden más sangre. El galán (el casi seguro galán) Lisandro no viene a su turno, no aparece en toda la semana.

Seguirán así, orbitando la ciudad, periódicamente entrando y saliendo de la internación, ante la desidia y la rutina de los médicos y terapeutas, porque ya llegados a este punto ellos dos están enamorados, sí, pero de otra cosa. No es la vida ni la muerte, está entre medio, es ese punto límite el que los desnuda y los apasiona. Enamorados del amor, en una de ésas.

viernes, 4 de mayo de 2012

Crónica Laboral: Beatriz

- Hello Sebáschian, how are you?

No sé en qué momento Beatriz entendió que era yo el que estudiaba inglés. Supongo que habrá sido algún comentario de ésos que se hacen para tener algo en común, mientras los pacientes de esta licenciada esperan a que llegue a atender con retraso por algún inesperado fenómeno en el tránsito. Beatriz me dijo que trabajó toda su vida haciendo traducciones, pero la pranausieishon se le fue ajando con la jubilación, me parece. También se fue ajando una fibra, supongo, la que mantiene las amenazas como amenazas y no como certezas, como invasiones. Ahora toda su casa está rodeada de ladrones e inflitrados que le cambian las cosas de lugar, el azúcar aparece volcado en la alfombra del living y ya no hay paz. Todo el tiempo camina una mujer con tacos por el palier de su piso, se ensaña con ella marcándole cada paso frente a su puerta. El mundo se volvió extraño y poco acogedor para Beatriz. 

Ella trae caramelos de miel al consultorio y reparte. Si hace frío, presupone catarros y trae de propolio. Cocina mucho para ella sola o para alguien más, pero no sé bien quién es, porque no leí su historia clínica. Hace un tiempo dejé de leerlas, porque no me hace más sano o más normal que los pacientes. La licenciada que llega tarde me dijo, mirando una bandejita con budín marmolado casero, que preferiblemente no pruebe lo que Beatriz cocina, uno nunca sabe. 


Ella es la imagen de una abuela común y buena, es la imagen de alguien muy mayor y muy respetable. Pero acá todos tenemos un Mr. Hyde, el cual vive y late y a veces brota. El ideal de ser humano es extraño y muchas veces contradictorio, pero en estos consultorios es donde se expresa en una de sus facetas crudas, reales sin realismo mágico (aunque algunos pacientes e incluso profesionales lo practiquen). Beatriz contiene un veneno, un suero maligno que, según sugiere la licenciada que llega tarde, está inundando su discurso de abuela buena. Como se deja ver, habla en código para decir sin confesar lo que ocurre puertas adentro, donde la gente se hace diagnóstico y cura potencial. 


¿Qué mundo es el que vive Beatriz, es muy distinto, es muy el mismo? Yo no me animo a probar los caramelos, la miel no me gusta, y el propolio me suena a propofol, a anestésico. Tengo una bolsa con 30 o 40 ya, esperando a pudrirse.



















viernes, 20 de abril de 2012

El precio de lo libres que somos

Hacerse cargo de este deshacerse
de los buenos modales y los prejuicios
entender que no en vano el mundo
que mejor vivo que enterrado
y hundir el cuerpo en el agua fría
helada
de este río de gente en el que andamos

si pienso porque pienso, si digo
porque no hago lo que pensaba
la cosa entonces sería
nomás
aceptar que lo que digo se piensa
y no desesperar por las palabras,
ellas saben cuidarse solas
jamás se lastiman con sus propias letras filosas

tal vez no tenga nada para decir
y esto sólo sea un pataleo inútil
tanta explosión de hambre y encadenamientos
torturas, ablaciones, delaciones, massesinatos,
toda la cultura del bombardeo, del maltrato
pero
sigue habiendo luces que me encandilen
y dejen secos los plantines del mañana
sigue desvelándome el mismo sueño abstracto
y quisiera salir pero no puedo,
tan adentro como estamos en el ahí-fuera.




sábado, 24 de marzo de 2012

Fragmento de una posible novela de John Grisham

Extrañamente, todo lo que había en su cabeza era la voz de Plant mariconeando Tangerine. Hacía un par de minutos que los perros habían pasado corriendo cerca de él, ladrando y babeando de pensar en sus fémures. Había estado corriendo cerca de media hora desde que empezaron los disparos, pero el frío polar que soplaba lo estaba doblegando. Hipnotizado por la voz edulcorada (para él Tangerine debería haber quedado fuera de Zeppelin III), el mundo ahí cerca, a su alrededor, empezaba a desespinarse, como una sardina de lata que a lo sumo puede sorprendernos con una débil puntita clavada en la encía pero que nunca llegará a perforarnos el esófago. 

¿Cuándo había empezado todo esto, vivir violento y parecer pacífico, esconderse, mostrarse y distraer, para dar el golpe justo en el momento indicado? La cuestión desde hacía mucho tiempo era sobrevivir con grandilocuencia, con explosiones y atentados, con tapas de diarios contándolo todo salvo la verdad. ¿Cuándo comenzó a desear tanta adrenalina? ¿Cuándo quedó decidido que no llegaría nunca a casa de vuelta, a menos que fuera para fingir estar regresando?

Se levantó apenas sobre las rodillas que se iban mojando en la nieve para ver hacia la ruta, y de paso para retrasar el probable congelamiento de esa noche. Solamente el viento andaba por ahí, los perros debían tener la nariz congelada para no oler su transpiración ácida, él mismo la olía. Sería entonces cuestión de empezar a volver hacia el punto de partida, moverse y en lo posible encontrar vehículo. Por esa vez, lo que tenía que hacer en Murmansk quedaba cancelado, imposible entrar allí sin salir en un cajón.

El pantalón térmico lo incomodaba, y claramente la bragueta de velcro era muy ruidosa, se despegaba todo el tiempo con un crujido inocultable. Lo dejaría establecido en el próximo informe a enviar a Langley, pero antes había que volver a la casa segura. Apretó el paso internándose en el campo opaco y congelado. Sin luna sería un matiz más en la nieve, indetectable al ojo, como debía ser en este sagrado y sanguinario oficio.

martes, 20 de marzo de 2012

Fugaz

Ella se levantó de la cama y le preguntó dónde quedaba el baño, tanteando la tecla de la luz con la mano. Cuando la luz llenó de realidad la habitación, confirmaron que la cosa quedaba ahí, que ella volvería al cuarto en silencio, a medio vestir, sin hacer ruido para no despertar a la familia de él, le preguntaría por un teléfono de radiotaxi y se iría. El problema era el tiempo que quedaba hasta que el taxi llegase; junio a la madrugada se colaría por el burlete de la ventana y apuraría el trámite de la ropa para los dos, porque la desnudez estaría completamente fuera de lugar, bañados los cuerpos y los defectos de luz amarilla. Tal vez si prendieran sólo el velador las cosas habrían sido menos sinceras y más tolerables, más tolerable la sensación de error que revoloteaba mientras el taxi estaba confirmado y en menos de veinte minutos estaría llegando a la puerta.

Hay algo que queda inconcluso, que no se agota y que aprieta en el pecho de los dos que hace un rato empañaban el vidrio del auto, con el rastro de tabaco y caipirinha en la lengua -caipirinhas en junio de Buenos Aires, globalización- y corrían enredados por el pasillo de la casa de él hasta su cuarto. Tal vez un error en la mímica, un bretel o botón que no cede fácilmente y al que hay que derrotar, quitándole atención a la coreografía principal, y ya todo se va haciendo nítido, real. A veces el sexo es como jugar a mirar apretando los ojos, las cosas se ven pero difusas, son una especie de abstracción de sí mismas, que miradas bien desilusionan por ser lo mismo de siempre.

Ya en trámite, con el frenesí del principio bastante sosegado, el cansancio y la fiaca de ser siempre el más macho y la más perra harían de algo hermoso una especie de judo egoísta, con intentos de disfrute lleno de preconceptos. Duraría menos de lo esperado y más de lo necesario. Cualquier árbitro daría empate técnico, pero ambos perderían el cinturón de campeón.

El taxi se iría y ella en una de ésas lloraría un poco, para llenar el vacío del momento. Él ordenaría un poco el cuarto y encontraría una complicada hebilla de ella, pero se la regalaría a su hermana. No la agregaría a ninguna red social, y ella tampoco a él. Quedaría muy poco que agregar, para ser sinceros.

domingo, 11 de marzo de 2012

Enfrentamiento

cuando el tiempo se hace de dolor
cuando la mesa de domingo arde
cuando no podemos ni mirarnos por días
cuando dudás de mí y yo de vos
cuando te olvidaste el pollo en el horno
cuando me tropecé con los platos
y los rompí todos
cuando la mirada del otro quema
cuando es un martirio volver a casa
cuando casa no se siente como tal
cuando ojalá que todavía no haya llegado
cuando somos enemigos íntimos
cuando el aire se tensa
se agrieta
y explota de gritos
cuando por fin nos descargamos
cuando la única certeza es el odio
cuando resuenan palabras sacrílegas
cuando ya es demasiado doloroso
cuando el tiempo se hace de dolor
es cuando somos sinceros
cuando de verdad nos queremos.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Un nuevo juego

Qué tal un nuevo juego
otra forma de lastimarnos
tirarnos con palabras
sin hacernos cargo
buscarnos referencias
que descubran que es inútil
que no hace falta invisibilizarnos
sólo un párrafo, un giro
un nombre literario
para estar comunicados


eso sí, como si no pasara
como si nunca hubiera pasado
tachemos mutuamente un contacto
dejemos al viento su trabajo
barriéndonos como pelusas
desechemos destruyamos
desconozcamos desunamos
desandemos deconstruyamos
demolamos desolemos
denigremos disgreguemos
derroquemos el instinto
definamos las fronteras
defendamos las trincheras
derrotémonos
en esta diplomacia muerta
de por ahora 
estrechamente desconocernos.




viernes, 2 de marzo de 2012

Me gustaría

Me gustaría deshacer lo establecido
igualar lo inconmensurable
dirigir lo que perdió el camino
liberar lo oprimido
dinamitar los diques
quemar las naves
llevar el cántaro a las fuentes
llenar de luz la nada
equiparar y equilibrar
decir, solamente decir
y que con eso baste


tener poder sobre el tiempo
para poder acercarnos
para disfrutarnos
sin tanta mística extraña
ni decoro preconceptual


qué hace el amor acá
quién lo mandó llamar
viene siempre sin turno
se cola, se entromete
no respeta nada


me gustaría, dije
me gustaría que fuese distinto
preferiría la mentira
hasta la muerte o el fin
pero siempre lo mismo con la verdad
fría, lenta, categórica
nunca tiene remedio
todavía no encontramos la cura;
no es justo que todo esto ocurra
con el gusto de lo inevitable.

jueves, 23 de febrero de 2012

La educación de Once


Es bastante irónico que justo en Once (de septiembre, del Maestro) sea donde se dan últimamente los sucesos trágicos que hacen que se replantee la forma en que se vive. En Once se educa a los golpes, pero no se aprende, por lo visto.





viernes, 17 de febrero de 2012

Capítulo 2: Explicación a medias en Parque Chacabuco


Para quien lo conozca, el Parque Chacabuco no implica mucho preámbulo. Para quien no lo conozca pero sí viva en Buenos Aires, imagínese una plaza cualquiera antes de las reformas modernosas del macrismo, pero más grande y cruzada por la autopista 25 de Mayo, arteria elevada sobre pilares enormes, bajo la cual existen instalaciones deportivas y espacios de almacenamiento bastante sumarios. Y si acaso nada de esto sirve porque nunca estuvo ni estará en esta ciudad, es a grandes rasgos un parque en un barrio no tan concurrido a media distancia entre el centro y el campo.

Llegué al trote, apurado porque de la emoción del día anterior no había puesto la alarma y me desperté sólo 15 min. antes de la hora pactada. Aira estaba elongando de manera ridícula, con las piernas abiertas como una jirafa que toma agua y llevando ambos manos de un tobillo al otro. Estaba vestido como el día anterior (salvo el piloto), pero se había puesto zapatillas deportivas (bastante caras) y una vincha de toalla a lo McEnroe a mitad de la frente.

Lo saludé faltando pocos metros para llegar a él, y mientras me sonreía dijo en voz baja: -No te des vuelta todavía. ¿Te diste cuenta de que te estaban siguiendo?-. Miré sobre mi hombro y no vi nada, así que disimuladamente (no logré ser muy disimulado, pero hice el mayor esfuerzo) y mientras le decía alguna estupidez sobre el clima, fui girando sobre mi eje para mirar hacia la avenida Eva Perón. Nada sospechoso: un señor paseando al perro, dos monjas pasando por la vereda de enfrente del parque tomadas del brazo. Dos monjas, dije, no tienen nada de... Dos monjas, claro.

Hablando sin mirarnos, sin sacarle los ojos de encima a las hermanitas, por fin tuve un rapto de inteligencia y le dije, sorprendiéndome de mi poca perplejidad: -Vine al trote desde casa, no pueden haberme seguido el ritmo. Son de la Misericordia, no?-. A lo cual Aira sonrió y aclaró: -No, son de otro convento acá cerca. El tema es que si te siguieron, las cosas que te iba a contar más vale decirlas en otro lado, tecnológicamente nos sacan ventaja.

Me llevó hacia el centro del parque, por los senderos de ladrillo picado, en dirección a la autopista que a esa hora de la mañana -ocho y media- no tenía tanto tránsito. Nos paramos justo en el pasillo que comunicaba las dos mitades en que quedaba dividido el parque por la 25 de Mayo, entre dos canchas de pádel. El ruido de los autos que pasaban por encima nuestro llegaba extraño, y se mezclaba con la vibración del subte que cada tanto pasaba por debajo. 

-Acá no van a poder registrar lo que estamos diciendo, porque el concreto interfiere con los receptores que tienen en los oídos-. Cada tanto, durante toda la conversación, Aira se asomaba para identificar a los que paseaban por el parque, con una expresión de atención, aunque no tan preocupado y ceñudo como el día anterior. Parecía que en esa mañana de sábado las cosas estaban un poco más claras (para él, porque yo seguía mudo de incredulidad, no frenaba a pedir explicaciones porque no parecía haber tiempo para eso).

-¿Son robots, como la señora del otro día? Perdón por estar preguntando tanto, no sé ni para qué necesitás que esté yo acá.

La pregunta, otra vez, lo aflojó de esa tensión constante que con sus ojos pequeños vigilaba alrededor: -Tenés razón, y te pido perdón por ser tan parco en palabras. Estoy teniendo que desconfiar mucho de todo a mi alrededor, no puedo bajar la guardia. No estamos -dijo estamos, no estoy- hablando de gente normal y bien intencionada, son psicóticos con mucha plata para gastar, monos con  espadas samuráis, ¿entendés?. Y no tienen otro objetivo que hacer que yo siga publicando, que siga escribiendo, aunque eso implique destruir todo a nuestro alrededor. Sé que suena de loco de mierda, de paranoico, pero es que a mí ya no me sorprende tanto como al principio, cuando cambió la cúpula directiva de Emecé. Empezaron a desplegar sus tentáculos hacia todos lados, a mi editor no lo puedo contactar hace 15 días y sospecho que no lo voy a encontrar más. Obviamente, tanto poder de acción tiene que venir financiado y posibilitado por algo más grande que una editorial, por conocida que sea.

Pasó un camión por la autopista, debía ser uno grande con containers, porque hizo un ruido que estremeció toda la estructura.

Se me ocurrió que era todo un disparate, un pequeñísimo coágulo en el cerebro que dejó a este tipo que admiraba tanto hecho un desastre mental, que trastocó toda su psiquis y esto que estaba presenciando yo de él era el más triste y desolador ocaso, antes de que ese coágulo terminara de anegar el tránsito de la sangre a zonas más vitales. Lo imaginé convulsionando, sin anteojos, con su esposa (¿tendría esposa, hijos, familia, perro?) llorando de desesperación y no pudiendo marcar el número del SAME, que de cualquier manera no podría hacer nada.

Se ve que me siguió hablando mientras lo veía morir a todo detalle en mi cabeza, porque agarré la frase a la mitad:

-...en el convento de la Misericordia. No son como en las películas, totalmente artificiales. En el caso de las dos que te estaban siguiendo, son humanas aún. Desde chicas tienen un régimen de vida muy estricto en el convento, muchísima actividad física. No es para nada raro que te mantengan el ritmo cuando ibas corriendo. Y aparte las dotan de mucha tecnología, audífonos ultrasónicos, anteojos especiales, todo.

-César, ¡ahí están viniendo!-. En efecto, las dos monjas de antes se acercaban a paso increíblemente atlético para su apariencia, haciendo que la cofia flameara hacia atrás. Las caras eran de monja, inexpresivas y secas, con algunas arrugas que daban la pauta de que no eran jóvenes, sin embargo parecían gimnastas o bailarinas, porque marcaban los pasos de manera militar y entrenada. Era muy temprano a la mañana, pensé, y el parque estaba casi desierto, cerca de la avenida se veía pasar a alguno que otro corriendo por la vereda. Aira tuvo un momento de duda, amagó a buscar algo en el bolsillo (imaginé que el celular) y desechó la idea con un gesto de negación con la cabeza.

-¿Qué hacemos, nos plantamos? No me peleé nunca con nadie, pero tengo fuerza. 

-No, no pienso arriesgarme. Tengo una idea- dijo, y salió disparado sin previo aviso hacia la derecha, cruzando el parque en dirección a la esquina de Eva Perón y Emilio Mitre. Él también tenía un potencial físico inesperado, y me costó alcanzarlo. Aparte cuando arranqué a correr me resbalé con el piso de ladrillo picado y quedé gateando un momento hasta que pude hacer pie. Me raspé la rodilla bastante, pero no me di cuenta hasta pasado un buen rato.


Puedo afirmar pocas cosas de esos segundos angustiantes, pero lo que vi fue que una de las monjas se adelantaba para alcanzarlo a Aira, que se sacaba los anteojos para correr y apretaba el paso ya no hacia la esquina, sino que doblaba para correr paralelo a la autopista. Nunca supe si a mí también me seguía la otra, porque aceleré y me puse a la par de él, que corría ya desbocado y cansado. Llegamos a una puerta baja de metal pintado de verde, que parecía la entrada a uno de esos generadores eléctricos grandes que hay siempre en las plazas. Aira sacó nerviosamente la llave y abrió. En ese momento llegaba la primera monja, que se había enredado con las correas de un paseador de perros -milagroso- a unos 20 metros de donde estaba la puerta. -¡Entrá, dale!-, me gritó, pero no llegué a darme vuelta que la monja arremetía a toda velocidad, casi sin táctica, como queriendo inmolarse a lo kamikaze contra nosotros. Esta vez en un rapto de inconciencia -de varios que iba a tener en esa semana fantástica- pude encajarle un puñetazo con la mano izquierda, haciendo como un péndulo con el brazo y pegándole justo a la altura de la oreja. Me lastimé la mano, porque choqué con algo metálico, que resultó ser un audífono, el cual cayó al suelo chisporroteando sonidos entrecortados. La monja cayó desarmada y desvanecida, y me asusté tanto de verla tirada en el piso, tan monja plácida y cristiana, que no pude evitar paralizarme; Aira me agarró de la remera y me metió adentro de la puerta hacia la oscuridad, cerrando a tientas con la llave.

Nos quedamos los dos ahí, resoplando, apoyados en la pared de lo que una tenue luz al fondo y hacia abajo me indicaba que era un largo y profundo pasillo blanco que se internaba en el subsuelo del parque. Buscando aire para recuperarnos, le pregunté: -¿Y ahora? Me parece que voy a tener que ponerme algo en la mano porque me sale sangre.-
Aira se sacó la vincha de la frente y me la dió para parar la hemorragia. -Ahora tenemos que alejarnos, escondernos unas horas hasta que baje el nivel de alerta. Me acordé de este túnel justo a tiempo, por suerte. Vamos-, dijo y empezó a bajar hacia la luz.

Dudé de seguirlo, no me gustó nada la idea. La claustrofobia que nunca tuve, o al menos lo más parecido a la claustrofobia que alguna vez sentí, hizo que necesitara algo, una garantía, información precisa: -¿Adónde vamos, César?-.

-Al único lugar donde la Iglesia y la policía no entran nunca-, dijo por sobre el hombro -Vamos a Puán-.








miércoles, 8 de febrero de 2012

Para el Flaco


Decí que siempre va a estar ahí
en miles de discos miles de veces
mirándonos medio gaviota,  medio genio
sentado gesticulando una guitarra
tirando luces, brillos, medias voces

pero qué dolor que no sé de dónde sale
boca del estómago, boca seca
las muñecas tan sangrantes de llorar
de no entender porqué se caen al Cielo
porqué el desconsuelo tan hondo

qué haremos hoy los hombres tristes
los todos tristes que te estamos rodeando
te buscamos en palabras que nos diste
para que no te vayas así de pronto;
mejor quedarse cantando a tu salud eterna
de fantasma nuevo y siempre nuestro.

martes, 7 de febrero de 2012

Viajar, soñar, dormirse

                                                   
                                                   Bailar, mentir, desnudarse
                                                   tres formas de vestirse
                                                   de disfrazarse
                                                   Querer, gritar, reírse
                                                   una secuencia de tres pasos
                                                   para curarse por un rato
                                                   Cantar, correr, dominarse
                                                   frenar, pensar, cansarse
                                                   rodar, caer, volver a reírse
                                                   para curarse de los días
                                                   y las noches
                                                   de la ciudad con río-barro
                                                   que nunca nos soltará
                                                   no importa la risa y la fuerza;
                                                   buenos aires no perdona
                                                   pero olvida tanto a veces
                                                   que los viajes son exilios
                                                   vacaciones permanentes
                                                   de una semana, diez días
                                                   y a lo lejos la vemos cerca
                                                   brillante, sucia, deslucida
                                                   y late reclamándonos
                                                   ante los sueños
                                                   dejo todo, me quedo acá
                                                   que no son más que sueños
                                                   y duermen
                                                   hasta el próximo verano
                                                   en que rodemos, desnudemos
                                                   forcemos las rutas y el aire
                                                   y nomadicemos, escapemos
                                                   a paisajes de pantalones cortos
                                                   y cielo limpio
                                                   en el que dibujar otra mentira:


                                                   viajar, soñar, dormirse
                                                   rodando hacia tierras salvajes.