miércoles, 4 de enero de 2012

Parte 1: Bastones y Misterio

Rodeado de curiosos que desafiaban la lluvia cada vez más intensa, el cuerpo de la señora todavía estaba caliente cuando llegué a la esquina de Camacuá y Alberdi para ver qué pasaba. Me fui abriendo paso entre el tumulto hasta quedar cerca del discreto charco de sangre que se escapaba por debajo de la bolsa de consorcio con que habían tapado a la señora, y de la cual solo se veían los pies con zapatos de monja y medias de lycra color piel. La policía ya estaba en la escena, tarde pero seguro, e instaba a la gente a mantenerse alejada. El único detalle que me hizo sentir eso extraño que se siente en los velatorios al entrar en la capilla ardiente, fue la mano aferrada estoicamente al bastón, el cual a su vez se aseguraba a la muñeca con un lazo de soga fina blanca. Del lazo colgaba un cartelito con el nombre de la ortopedia que seguramente lo había fabricado: Malatesta Hnos.

Justo había salido de Disco, y me llamó la atención que un patrullero doblara por Ramón Falcón y se meta en contramano por Camacuá hacia Alberdi, haciendo que los autos que venían de frente se tiraran al cordón a la desesperada. Los oficiales venían con las armas asomadas por la ventana, bien cinematográfico. La señora, según decía el tumulto que zarandeaba paraguas atrás mío, había recibido dos tiros desde un auto, que salió acelerando a fondo por Alberdi y se perdió. No tenía patente, nada. 

Por mi parte, ya había empezado a darme vuelta para salir de entre la gente y volver a casa, llevaba 4 bolsas medio pesadas y seguía lloviendo, pero levanté la vista apenas y lo vi a él.

 Aira -dije instintivamente a media voz-. Era como el de la foto de las solapas en las ediciones de Emecé, pero un poco más viejo, canoso y con los anteojos un poco rayados, aparte de mojados por los baldazos que nos caían encima. Fueron 3 segundos de quedarme mirándolo, porque no era muy típico de Flores tener esa ridiculez al estar vestido. Ridículos hubo siempre en el barrio, pero como estaba vestido César ese día -me enorgullece poder tutearlo hoy en día- lo nunca visto. Ahora que lo pienso, debió ser el apuro con que salió a la calle, sin planearlo, porque un piloto combinado con remera y ojotas indica que iba a salir así como estaba en su departamento apenas oyó los disparos, pero vió la lluvia e improvisó.

Hijos de puta, -dijo abriendo apenas la boca, frunciendo un ceño poco acosumbrado a esa tarea- hijos de puta. A mí se me pasó enseguida el prejuicio sobre cómo estaba vestido, y me agarró un ataque de estupidez de ésos que uno se promete no tener jamás en caso de encontrarse a un famoso, y en cosa de un minuto y medio me presenté, Sebastiánrrodríguezmoraungusto, le dije que me gustaban mucho sus libros, que era re loco verlo acá en este barrio, le aseguré que yo siempre pensé lo mismo sobre los cartoneros aunque pobres con lo complicado que está todo cuánto esfuerzo que hacen y un par de cosas más, igual de poco importantes y tediosas. Todo a lo largo de ese tiempo, corrió por fin la mirada del cuerpo de la señora y me miró con una sonrisa inexpresiva, asintiendo apenas e intentando decir algo para que yo parara de hablar. Como no lo dejé, usó el silencio que hice para tomar aire, agitado como quedé por el vómito de adulación, y me dijo en tono llano y despersonalizado: Gracias.

Entretanto, por entre las piernas de la gente que rodeaba la escena, un perrito petiso sin raza, todo empapado y despeinado se acercó y metió el hocico debajo de la bolsa. Al instante la retiró y salió corriendo, asustado por los chispazos del cortocircuito que empezó abajo de la bolsa, y el cuerpo de la señora se estremeció, la mano y los pies que sobresalían se agitaron y el bastón se soltó y quedó apenas sostenido por el principio de la mano. Aira, hipnotizado, se acercó y le sacó el bastón, mientras la gente alrededor se desmayaba y gritaba, en una especie de milagro de Lázaro, pero macabro y al revés. Los policías de pronto se vieron rodeados por una marea de especialistas en RCP, que forcejeaban para poder alcanzar el cuerpo chisporroteante y espasmódico, entonces no lo vieron agacharse y sacar delicadamente la soga del bastón de la mano, para enfilar hacia afuera del círculo cada vez más estrecho que los oficiales no podrían contener mucho tiempo más. Aira se fue y yo lo seguí.

¿Qué fue eso? -le pregunté tirándole de la manga del piloto, mientras él caminaba por el medio de Camacuá, que era el caos mismo de gente acercándose desde avenida Rivadavia, en dirección contraria a nosotros.

- Eso es un robot, pero principalmente es un problema mío -dijo de mala gana, como hablándole a la lluvia- En todo caso, te recomiendo que no te intereses tanto, porque puede ser peligroso para vos, Santiago.

Sebastián -lo corregí- ¿Pero porqué iban a dispararle a un robot desde un auto? Yo sé que es un barrio inseguro, pero ya llegar a esto...

-¿No te das cuenta? Así que vos leés mis novelas, ponete a pensar: ¿cuánto hace que no publico nada?
- No sé, César -me arriesgué- no leí muchas de tus novelas en realidad, y La Villa me aburrió un poco, perdón.
- Ah, claro. Está bien.

Siempre hago lo mismo, mezclo el usted y el vos cuando hablo con alguien mayor que respeto o me cae bien, no sé porqué. Calculo que entre el tuteo repentino y la sinceridad brutal respecto a ese libro lo amedrenté un poco. Se acordó que era Aira, un escritor famoso, pero adentro de Puán, la facultad de Filosofía y Letras, que en general representa al importantísimo porcentaje de la población argentina que más piensa y piensa, al punto de lograr una izquierda surrealista, entre sus máximos logros. Aflojó las cejas, se liberó de la línea de pensamiento que venía siguiendo. Ya estábamos llegando a Rivadavia y por suerte la lluvia había aflojado bastante.

Se escuchó una explosión, seguida de los gritos de la gente y una ambulancia que estaba en Alberdi y Camacuá salió rauda y a toda sirena a cruzar Rivadavia, en dirección al hospital Álvarez seguramente. Nos subimos a la vereda para dejarla pasar. Aira ni se inmutó, como sabiendo que iba a pasar.

- Hasta soltaron un perro... Porqué no escribirán ellos por mí, y se termina el problema.
- ¿Quiere ir a tomar algo? Yo voy para mi casa, me voy a resfriar con toda la ropa mojada, y estas bolsas me están esclavizando.

Miró el bastón que tenía en la mano, volvió a fruncir las cejas y miró alrededor. Dudaba, no me tenía mucha confianza, pero a la vez parecía no tener otra opción más que yo. El bastón era el centro de atención para los dos, no podía esperar a que me explicara porqué se lo había sacado a la señora robot.

- Mejor hagamos así. ¿Mañana podés estar en el Parque Chacabuco a las 8 de la mañana? -justo ese sábado yo no trabajaba, por suerte-. Venite vestido deportivo si podés, necesito que hagas de mi personal trainer. En donde nace Puán te espero. Me voy a ir porque ya te deben haber marcado a vos también, a mí me están siguiendo por todos lados -dijo Aira, y repitió la serie bastón-cejas-alrededor- Son los de Emecé, me tienen harto. Mañana te explico, seguramente necesite ayuda. Nos vemos.

Ensayé un Chau empapado de estupefacción, choqué la mejilla con la de él en un típico saludo entre hombres y se fue. ¡Aira necesitaba de mi ayuda! La llamé a Maro apenas tiré las bolsas de Disco sobre la mesada de la cocina, desesperado por compartirlo con alguien. Le conté tartamudeando todo, hasta el más mínimo detalle, a lo cual ella me respondió que había visto en la tele la explosión y el asesinato ya cubría las pantallas de todas las casas del país. Le prometí que en cuanto pudiera le diría a él si podíamos sacarnos una foto los tres, para tener de recuerdo, como ya teníamos con Capussotto. Fascinado, me fui a acostar con la esperanza de un sábado que sería como el Día Uno del Año Cero. Antes me había dejado los pantalones cortos y la remera Adidas en la silla de la habitación y las zapatillas las limpié un poco con Cif porque estaban bastante mugrientas. Mañana, mañana. ¡Mañana!