martes, 27 de septiembre de 2011

Duelo Profundo


Hablábamos de luz
hablábamos de sal y Tiempo
reloj del mar
duelo profundo

hoy existe el freno
navega en leche de soles
hirviendo el blanco es Luz

quemando, sin aire
ardiendo en el mar de arriba
lugar equivocado: éste
si quiero ser incandescente

voy a encenderme contra el frío
voy a crecer desde mí mismo
y abrazándome al cielo
hoy vengo en plan de fuego

sábado, 24 de septiembre de 2011

Control de Medicación

En lo profundo de las 8 y media de un martes, Miguel Gutiérrez insiste a sus medias de vestir para que se queden en su lugar. La lucha es tremenda.

- Miguel, el turno es a las 9 y media, con este tránsito...
- Sí, el tránsito, sí.

La media derecha se bajaba sola, la pantorrilla no ofrecía resistencia para sostenerla. Rebelde.

- La puta madre...
- ¿Cómo decís querido? Vení a tomar el café con leche, se enfría.
- Sí, el café. Ahí voy. ¿Qué dijeron en el informativo del tiempo, hace frío?

El frío. Luciani le insistiría hoy con eso del frío, que no se quede en el balcón a la noche. Ah, no. Ése no es Luciani, es Sáez, el cardiólogo. Hoy es con Luciani, el que tenía un primo que lo mataron los montos.
Estaba fresco el nombre todavía: Miguel Gutiérrez; todavía seguían pasando imágenes en la televisión del juicio. Hace 6 meses ya. 6 meses de autorizaciones, de permisos de salida, de, de.

- Ya te lo puse a calentar en el microondas. ¡Miguel, podés venir!

El frío, el café, el remís, Luciani. Pedirle a Betty la recepcionista el certificado de asistencia. Remís, el informativo, La Nación entero. Como debe ser, hasta las estupideces de las cartas de lectores.

- ¡Marta, está tibio este café! Ya está, dejá, dejá que me lo tomo igual. ¿Llamaste al remís?
- Ya viene. Tomaste los remedios, ¿no?
- ¿Para qué vamos a ver al doctor Lucioni, me querés decir? A ver si te empezás a preocupar un poquito por acordarte las cosas que te digo.



- Tenés razón, Miguel.




En las recepciones es donde se puede palpar un resquicio del infierno. Hay una cierta justicia que imparten los recepcionistas, adaptando constantemente los modales a cada uno de los que se acercan al mostrador. Dosifican desinterés en proporciones a veces exactas, a veces desmedidas y descaradas, pero siempre constantes y con la frescura de un apio. Están para desestabilizar, para sacar del egoísmo al otro, al visitante eterno que va cambiando de ropas, tamaños y predisposiciones, pero es en esencia eso mismo, visitante.

Miguel con Marta, tan amables. Llegaban siempre 5 minutos antes del horario, 20 si le sumamos el eterno retraso del psiquiatra. Igual, paciencia. Roberto Luciani ya estaba jubilado pero seguía trabajando, y un dejo de Chalchalero le impedía por regla general el apuro. Al paso de la yegua imaginaria que montaba a distancia (tenía un modesto haras en Campana), el mate siempre en la mano mientras recetaba clonazepam, Lucioni se interesaba por los pacientes no en particular, sino más bien como categoría, porque nunca se acordaba los nombres de ninguno, menos que menos las patologías particulares. Lo único que tenía era algo parecido a una estadística mental, y cada tanto a lo largo del año comentaba: "Qué loca que está la gente". Antes de psiquiatra había sido dentista, lo cual todavía le dejaba una cierta perplejidad hacia adentro de su profesión.

¿Gutiérrez? Adelante, por favor. Y Miguel entraba al consultorio para charlar con Luciani. La orientación del doctor era bastante psicoanalítica, aunque no pareciera porque básicamente se ponía a charlar con sus pacientes de cualquier cosa, mateando. La tenía clara, tan clara que uno creía que no la tenía clara. Algo parecido le pasaba a Miguel, que apenas llegó le preguntó por la yegua:

-Y, ¿cómo anda la potrillita ésa? Corre en San Isidro el domingo?
-No, todavía no da la edad -decía Luciani con reverberación de padre-. Ya la vas a ver correr entre esos burros feos el año que viene. Tiene una carrera tan elegante, un paso...

Se nubló de golpe. El ventanal del consultorio daba al pulmón del edificio pero dentro de todo entraba luz para adivinar cómo estaba el tiempo. El cielo no se veía más que agachándose y mirando para arriba. El cambio de luz movió las condiciones de la habitación, a la vez que la dirección de la entrevista, porque Luciani le preguntó mecánicamente cómo le estaba yendo con las pastillas. Miguel se destempló, y la media derecha se le volvió a bajar. El ventanal empezó a temblar por el viento, en cualquier momento llovía. El paraguas les había llevado tiempo encontrarlo, pero Marta lo había traído, así que venían bien. Pero esa luz no le hizo bien, era una luz vieja, como él. 

También se acordó de los operativos. El garage donde llegaban los autos tenía exactamente la misma luz que el consultorio en ese momento, gris de tubo blanco sucio. Los montos siempre llegaban llorando, porque sabían que no había vuelta atrás, y en general era con los que más se ensañaban en el camino. Se bajaban con la ropa medio arrancada, cagados a golpes. A los otros les pegaban igual, a ver si ya largaban el rollo antes de llegar, pero mostraban como una indignación, decían que era un atropello y esas cosas. Todo para salvarse.

-Cómo viene la medicación, Miguel? -repitió Luciani, sin mirarlo para no volcar agua sobre el escritorio- Estás durmiendo mejor, se nota.

La verdad era que sí, pero no estaba ni un poco mejor. Dolores de cabeza, el brazo de la fractura 9 meses atrás lo tenía esclavo de una sensación de inseguridad, la mano había perdido fuerza. Estaba bien, pero estaba mal.


-Ahí, doctor, tirando. En este país no se puede estar tranquilo. El otro día estaba a la tardecita en el balcón y vi cómo un negro de ésos le arrebataba el telefonito celular a una chica. Pleno día, las cuatro de la tarde. También, yo siempre le digo a mi nieto que está todo el día con el aparato, guardalo cuando vas por la calle, que están los pungas.
 -A mi señora también se lo arrebataron hace unos días, en el colectivo -aportó ad hoc Luciani-. Da bronca, una impunidad, no?


La palabra tenía un peso específico fuerte. Impunidad, impune. Todo el tiempo lo mismo, la impunidad de los militares. Y que me decís de estos dos que están ahora en el poder. Unos delincuentes, se llenan la boca hablando de justicia, con los negocios que hicieron. A él le iban a hablar de impunidad. Miguel sintió el poder alguna vez, la posibilidad de decidir a ultranza, casi sin responder a nadie. Su puesto implicaba una gran responsabilidad, pero también era preciso ingeniárselas para cumplir. Como Luciani, pensaba sus días en la Fuerza como asientos contables, haberes y debes para con él, sus jefes y para con su familia, sus dos hijos que no venían a visitarlo muy seguido después del juicio. Todo se mezclaba a veces, 30 años reducidos a fracciones de segundo, a la distancia entre ideas. 


-A veces me cuesta levantarme a la mañana doctor, duermo mucho. Me estoy acostando a las diez y media y a las 8 estoy todavía metido en la cama. Hasta hace unos meses... -apenas el doctor hizo el gesto de abrir la boca para acotar algo, se dejó interrumpir, aliviadísimo.
-Miguel, hay que tener paciencia, no es fácil con tanto cambio de rutina. ¿Pero respeta bien las pastillas?


La sala de espera se quedó sin música, la radio funcionaba mal. Se escucharon como gritos ahogados, dos o tres nada más, de una voz medio impersonal, pero sufriente. Era una paciente discapacitada, tenía episodios así cuando se ponía nerviosa esperando a que la atendieran. Luciani la tenía que ver y ya pasados 15 minutos con Miguel no quedaba mucho más que decir. Éste se había perdido de nuevo, miraba la paloma torcaza que tenía su nido en el macetero colgante de la reja del ventanal. Había cáscaras de huevos rotos, algo había pasado ahí. Empollaba un huevo verdoso, marcado por el signo de la podredumbre. Se largó a llover apenas.


Él nunca fue personalmente a gatillar, él administraba el centro. Le contaron de Bussi y los otros, que vieron muchas películas de vaqueros. Llegó un momento en que pidió el pase porque no podía más de los gritos y de los problemas. Se jubiló, las leyes y la suerte lo pusieron en el gris de las reuniones de retirados y los nietos que fueron llegando. Pero ahora se veía lo que los que había tomado por fanáticos le habían pronosticado; a su modo de ver, hay ideas que no se borran así nomás.


Pidieron turno para 15 días, y no había. Se enojó, le dijo a Betty que no podía ser, que le diera un sobreturno por lo menos, total venía por venir porque las pastillas que le daba el doctor no le hacían nada, y que estos kirchneristas algún día se iban a tener que ir del gobierno y ahí por fin se iba a poder caminar por la calle tranquilo, como personas decentes. 


-Marta, nos vamos de acá de una vez!


Marta le dijo que sí, que llame al ascensor. Después del portazo le pidió a Betty el certificado de atención para el juzgado, que esa semana tenía que ir a rendir los dos de ese mes. Y que si podía ser también le dé un sobreturno en 15 días y que lo disculpe. 


-Todavía no está del todo cómodo con la medicación. Me anotás la fecha, nena? Graaa-cias, nos vemos el viernes Betty, yo tenía tres y cuarto, no?




El taxi al que se subieron tenía olor a cigarrillo negro y a Marta le molestaba. A pesar de la lluvia y el frío, bajó la ventana un poco para poder respirar. Miguel iba más allá, buscando con la mirada el cielo, entre los cables y los balcones entrelazados con las ramas de los árboles de Ayacucho. Así con la mirada hacia arriba se le vino encima a Marta, la boca abierta y un hilo de baba chorreando el mentón, detalle por lo general nadie se acuerda en esos casos.


Pasaron el semáforo en rojo con un pañuelo blanco asomado por la ventana de Marta, claramente rumbo al Fernández.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Culpa


De tanto hilvanar las palabras
lo dicho hoy me queda grande, me sobra
tengo miedo de caerme adentro de lo tejido
y devorarnos y que no importe.

Estaba desesperado por atención
nada muy importante
es otro escape de mí mismo
hay días así, dicen, pero yo no les creo

un brillo que ya había visto, pero no esperaba
la vida es tan previsible a veces
un doble de uno mismo, un responsable
por esta conjura de los necios
el octavo pasajero, el saboteador
el doble espía, el chantajista
el abogado el juez  y el jurado
un Otro al que culpar
por esto que me estoy haciendo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

La tarde en el banquillo

                                 
                                 ¿Qué es lo que esconde una tarde?

                                 Respuestas no encuentro
                                 Entre calores y humores gélidos
                                 Entre posibles lluvias e inquisiciones
                                 Nubes soltando una misma pregunta.

                                 Hay una cifra que no comprendo.
                                 La tarde vana no sufre
                                 Traspasa su misterio de banalidades
                                                              /a mi simiente,
                                 Que anota buscando el ocaso.

                                                 Cielo nube

                                  El Sol gana grados
                                  Bajando el transportador;
                                  El día carga horas
                                  Sin cambiar la guardia con la noche.

                                  ¿Y qué será entonces
                                  De la vieja metáfora?
                                  La tarde tal vez sea, nomás,
                                  Los caballos cansados del carro apolíneo.

                                  Basta. Quiero salir del Tiempo
                                  Volver a entrar en el crepúsculo
                                  Entonces seguirme indagando
                                  Pero sólo, entre tus brazos.

           Entretanto, las agujas y el reloj se complotan en las seis menos cuarto.

martes, 13 de septiembre de 2011

Miércoles 1 am

Estoy tentado, a veces, de dejarme llevar por una rítmica de bares y calles que me obliguen a un nomadismo incómodo pero feliz, aunque sea tan pero tan difícil asignar eso a un constante café cortado con un cuaderno en blanco y un lápiz al lado.

En sí, el escapismo de escribir creo que puede resumirse en eso, un constante eludir el terreno escabroso y vil por donde andamos en estos años de semi juventud. Uno hace entrar en la categoría Escribir todo momento en el que no está haciendo lo que debiera hacer. Con esa última frase acabo de ganarme una década de edad, pero es que realmente está la sensación de ir a contramano cuando miramos por la ventana de la biblioteca de Puán el ir y venir de chicas lindas, de personas-personajes, de profesores que siempre se visten igual. La necesidad de no estudiar, la imperiosa necesidad de no aprovechar el tiempo en la oficina es lo que se transforma, en el autoestima subterráneo de quien escribe a escondidas de sí mismo, en un espacio que sólo se lo valora cuando pasó y está colgado como una foto en la que uno aparece mirando la perspectiva, pero no participando de ella.

Escapismo se dice de muchas maneras, decía Aristóteles. Insisto en esta cualidad de no tomarse nada en serio, de presuponer que suena mal, que no tiene rítmica siquiera, porque la rima y la métrica no nos convienen, no nos da la cabeza para eso. Escapismo escribiendo es a su vez escapismo de un modo o modos ya probados de escribir. Me hago el loco contemporáneo, pos-todo, pero en realidad los versos salen como salen, y no me vengan a hablar del escritor sincero. Hasta el más transgresor revisa la coherencia de su transgresión;  yo mismo revisé la oración que venía atrás del último punto y coma para que tenga un poco de atractivo.

Entonces, en tren de cinismo ilustrado y siendo la 1:30 hs. de la mañana después de un martes 13 digno de supersticiones, qué nos queda a nosotros, que le dimos la vuelta a todo y no encontramos del otro lado más que una fecha de vencimiento que amenaza, no es inminente pero acecha, y sin embargo sentimos que por pura fiaca no dejamos la vida en esos bares y esas calles, de manera que nuestras mejores palabras aún estén por escribirse y que ése sea el problema, que no se escriban solas. ¿Qué hago con este mal gusto en boca, con la duda metódica hasta para lavarse los dientes? Y no me voy a andar deprimiendo porque Kafka me cae mal, aparte de lo molesta que es la sensación de estar saliendo por la tangente del cliché. Pero queda la pregunta flotando, pesan los hombros de tolerarla. El mundo sigue imperceptible su giro incesante y no podemos confirmar nada de lo que nos dicen, parece que es todo fe. Fe, fe es lo que falta. Descontaminar la fe, dejarla sin objeto de adoración. O mejor dicho, invertir el objeto, hacerla recorrer un camino sujeto-sujeto. Fe en mí, autofe. Autofe, autofe. Autofe, parece un chiste. 

Autofeautofeautofeautofe. 

Ni eso, pero por lo menos me acuesto con una media sonrisa encajada sin esfuerzo.

viernes, 9 de septiembre de 2011

El tiempo


El tiempo para mí
se nota en cosas menos suntuosas
que en el mármol de una columna
o en los avances de la ciencia

yo veo, por ejemplo,
que mis granos de granuja
se me fueron a la espalda
y en cambio mi adultez
que avanza como la ciencia
y se abulta y se agranda
me proyecta el ombligo
adelante, al espacio.

el tiempo entonces, ¿qué pasa con el tiempo?
no me van a convencer
de que todo tiempo pasado fue mejor
o peor:
sin penicilina, sin contaminación
sin deuda externa, sin televisión
sin Radiohead, sin reggaetón
sin feminismo, y ellas sin educación
sin versos libres, rima y métrica por obligación
con la imaginación y los autitos
¡sin Playstation 2!
con la pluma y la palabra, sin teclados ni Word
con el Poema de los Dones, sin esta enumeración
con el Diego a los ingleses, sin 0-4 alemán
sin Jimmi Hendrix, y con él también
sin miedo, con mucho miedo.

el futuro, un cuento chino:
el futuro es eso que pasa en las películas
el futuro es lo se palpa en las panzas
el futuro que llegó y parece que sin gracia
el futuro, palabra curiosa
el futuro es un conejo de Aira,
un despropósito
el futuro soy yo mirándome desde una foto
¿mi futuro? un pasado con reloj adelantado
mi futuro a cada vuelta al Sol
Mi futuro está ahí
si me asomo lo alcanzo

Entretanto, no para de llegar fin de año.
Entremedio, no encuentro versos ni cantos
entremés di canso par lu vinto, aguelao curelo
mis nietos dirán y no voy a entender ni medio
pero dosmilonce ya me incluye en su viaje a la nada.

El tiempo es la definición de lo que no entendemos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Sobre los montes, bajo las nubes


Quizás allí sea el lugar
sobre los montes, bajo las nubes.
buscando luego de empezar a buscar,
encuentro letras diferentes.

Allí donde estará la ausencia
sobre los montes, bajo las nubes
mis mares serán como ríos
podré sufrir en paz mis alegrías.

Y sólo estaré, abrumado con tanto nadie
sobre los montes, bajo las nubes.
allí, donde estará la ausencia,
cantaré y seremos la música sola.

Esto que escribo, esto que cambia
sobre los montes, bajo las nubes
es así porque yo mismo cambio,
porque soy como algo más en el viento.