martes, 13 de septiembre de 2011

Miércoles 1 am

Estoy tentado, a veces, de dejarme llevar por una rítmica de bares y calles que me obliguen a un nomadismo incómodo pero feliz, aunque sea tan pero tan difícil asignar eso a un constante café cortado con un cuaderno en blanco y un lápiz al lado.

En sí, el escapismo de escribir creo que puede resumirse en eso, un constante eludir el terreno escabroso y vil por donde andamos en estos años de semi juventud. Uno hace entrar en la categoría Escribir todo momento en el que no está haciendo lo que debiera hacer. Con esa última frase acabo de ganarme una década de edad, pero es que realmente está la sensación de ir a contramano cuando miramos por la ventana de la biblioteca de Puán el ir y venir de chicas lindas, de personas-personajes, de profesores que siempre se visten igual. La necesidad de no estudiar, la imperiosa necesidad de no aprovechar el tiempo en la oficina es lo que se transforma, en el autoestima subterráneo de quien escribe a escondidas de sí mismo, en un espacio que sólo se lo valora cuando pasó y está colgado como una foto en la que uno aparece mirando la perspectiva, pero no participando de ella.

Escapismo se dice de muchas maneras, decía Aristóteles. Insisto en esta cualidad de no tomarse nada en serio, de presuponer que suena mal, que no tiene rítmica siquiera, porque la rima y la métrica no nos convienen, no nos da la cabeza para eso. Escapismo escribiendo es a su vez escapismo de un modo o modos ya probados de escribir. Me hago el loco contemporáneo, pos-todo, pero en realidad los versos salen como salen, y no me vengan a hablar del escritor sincero. Hasta el más transgresor revisa la coherencia de su transgresión;  yo mismo revisé la oración que venía atrás del último punto y coma para que tenga un poco de atractivo.

Entonces, en tren de cinismo ilustrado y siendo la 1:30 hs. de la mañana después de un martes 13 digno de supersticiones, qué nos queda a nosotros, que le dimos la vuelta a todo y no encontramos del otro lado más que una fecha de vencimiento que amenaza, no es inminente pero acecha, y sin embargo sentimos que por pura fiaca no dejamos la vida en esos bares y esas calles, de manera que nuestras mejores palabras aún estén por escribirse y que ése sea el problema, que no se escriban solas. ¿Qué hago con este mal gusto en boca, con la duda metódica hasta para lavarse los dientes? Y no me voy a andar deprimiendo porque Kafka me cae mal, aparte de lo molesta que es la sensación de estar saliendo por la tangente del cliché. Pero queda la pregunta flotando, pesan los hombros de tolerarla. El mundo sigue imperceptible su giro incesante y no podemos confirmar nada de lo que nos dicen, parece que es todo fe. Fe, fe es lo que falta. Descontaminar la fe, dejarla sin objeto de adoración. O mejor dicho, invertir el objeto, hacerla recorrer un camino sujeto-sujeto. Fe en mí, autofe. Autofe, autofe. Autofe, parece un chiste. 

Autofeautofeautofeautofe. 

Ni eso, pero por lo menos me acuesto con una media sonrisa encajada sin esfuerzo.

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