domingo, 20 de mayo de 2012

Crónica Laboral: Reencuentro

Un abrazo sentido, como de veteranos de guerra.

-¿Qué hacés, Mercedes? Qué gusto verte, qué sorpresa.
-¿Cómo estás, al final me hiciste caso y viniste acá a atenderte? Mamá, él es Lisandro, ¿te acordás?

La madre de Mercedes se acuerda, lo saluda exagerando la efusividad. Entre ellos las cosas se abstraen, el mundo se hace más puntual, pareciera que sólo pueden aceptar como real sólo lo que les pasa en ese exacto momento. Y se miran más de lo común antes de hablar lento, más incluso que los que están enamorados, porque es fácil estar enamorado, creo que ellos lo saben bien.

-Venís a psicólogo y psiquiatra, ¿no? Yo vengo dos veces por semana, los separo los turnos para no estar toda la mañana acá -dice Lisandro, y por los rasgos de su cara no podría afirmar su edad, está avejentado a la fuerza, me lo imagino gritando exasperado, rodeado de los restos de su habitación destruida-. Le tengo que pedir un certificado al muchacho, pero lo pido por las dudas nomás, porque sé que van a venir mi mujer y mis hijas a buscarme y pedírmelo.
-Te tienen cortito, parece. Yo vengo con mamá a pedir certificado para el trabajo, tengo que justificar el ausente de hoy.

Intercambian números de celulares y se despiden, mirándose puntillosamente, como para no olvidarse (¿otra vez?) de cómo eran, y se van para sus respectivos consultorios. Yo me voy, no los veo más porque terminó mi turno, pero el lunes Mercedes llega trayendo el certificado que dice que en el Fernández pasó la madrugada del sábado por una inapropiada mezcla de alcohol y medicación. Su madre está siempre al lado, imperturbable ante los cortes en sus brazos y las voces que dice escuchar Mercedes, que le piden más sangre. El galán (el casi seguro galán) Lisandro no viene a su turno, no aparece en toda la semana.

Seguirán así, orbitando la ciudad, periódicamente entrando y saliendo de la internación, ante la desidia y la rutina de los médicos y terapeutas, porque ya llegados a este punto ellos dos están enamorados, sí, pero de otra cosa. No es la vida ni la muerte, está entre medio, es ese punto límite el que los desnuda y los apasiona. Enamorados del amor, en una de ésas.

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