sábado, 24 de marzo de 2012

Fragmento de una posible novela de John Grisham

Extrañamente, todo lo que había en su cabeza era la voz de Plant mariconeando Tangerine. Hacía un par de minutos que los perros habían pasado corriendo cerca de él, ladrando y babeando de pensar en sus fémures. Había estado corriendo cerca de media hora desde que empezaron los disparos, pero el frío polar que soplaba lo estaba doblegando. Hipnotizado por la voz edulcorada (para él Tangerine debería haber quedado fuera de Zeppelin III), el mundo ahí cerca, a su alrededor, empezaba a desespinarse, como una sardina de lata que a lo sumo puede sorprendernos con una débil puntita clavada en la encía pero que nunca llegará a perforarnos el esófago. 

¿Cuándo había empezado todo esto, vivir violento y parecer pacífico, esconderse, mostrarse y distraer, para dar el golpe justo en el momento indicado? La cuestión desde hacía mucho tiempo era sobrevivir con grandilocuencia, con explosiones y atentados, con tapas de diarios contándolo todo salvo la verdad. ¿Cuándo comenzó a desear tanta adrenalina? ¿Cuándo quedó decidido que no llegaría nunca a casa de vuelta, a menos que fuera para fingir estar regresando?

Se levantó apenas sobre las rodillas que se iban mojando en la nieve para ver hacia la ruta, y de paso para retrasar el probable congelamiento de esa noche. Solamente el viento andaba por ahí, los perros debían tener la nariz congelada para no oler su transpiración ácida, él mismo la olía. Sería entonces cuestión de empezar a volver hacia el punto de partida, moverse y en lo posible encontrar vehículo. Por esa vez, lo que tenía que hacer en Murmansk quedaba cancelado, imposible entrar allí sin salir en un cajón.

El pantalón térmico lo incomodaba, y claramente la bragueta de velcro era muy ruidosa, se despegaba todo el tiempo con un crujido inocultable. Lo dejaría establecido en el próximo informe a enviar a Langley, pero antes había que volver a la casa segura. Apretó el paso internándose en el campo opaco y congelado. Sin luna sería un matiz más en la nieve, indetectable al ojo, como debía ser en este sagrado y sanguinario oficio.

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