martes, 20 de marzo de 2012

Fugaz

Ella se levantó de la cama y le preguntó dónde quedaba el baño, tanteando la tecla de la luz con la mano. Cuando la luz llenó de realidad la habitación, confirmaron que la cosa quedaba ahí, que ella volvería al cuarto en silencio, a medio vestir, sin hacer ruido para no despertar a la familia de él, le preguntaría por un teléfono de radiotaxi y se iría. El problema era el tiempo que quedaba hasta que el taxi llegase; junio a la madrugada se colaría por el burlete de la ventana y apuraría el trámite de la ropa para los dos, porque la desnudez estaría completamente fuera de lugar, bañados los cuerpos y los defectos de luz amarilla. Tal vez si prendieran sólo el velador las cosas habrían sido menos sinceras y más tolerables, más tolerable la sensación de error que revoloteaba mientras el taxi estaba confirmado y en menos de veinte minutos estaría llegando a la puerta.

Hay algo que queda inconcluso, que no se agota y que aprieta en el pecho de los dos que hace un rato empañaban el vidrio del auto, con el rastro de tabaco y caipirinha en la lengua -caipirinhas en junio de Buenos Aires, globalización- y corrían enredados por el pasillo de la casa de él hasta su cuarto. Tal vez un error en la mímica, un bretel o botón que no cede fácilmente y al que hay que derrotar, quitándole atención a la coreografía principal, y ya todo se va haciendo nítido, real. A veces el sexo es como jugar a mirar apretando los ojos, las cosas se ven pero difusas, son una especie de abstracción de sí mismas, que miradas bien desilusionan por ser lo mismo de siempre.

Ya en trámite, con el frenesí del principio bastante sosegado, el cansancio y la fiaca de ser siempre el más macho y la más perra harían de algo hermoso una especie de judo egoísta, con intentos de disfrute lleno de preconceptos. Duraría menos de lo esperado y más de lo necesario. Cualquier árbitro daría empate técnico, pero ambos perderían el cinturón de campeón.

El taxi se iría y ella en una de ésas lloraría un poco, para llenar el vacío del momento. Él ordenaría un poco el cuarto y encontraría una complicada hebilla de ella, pero se la regalaría a su hermana. No la agregaría a ninguna red social, y ella tampoco a él. Quedaría muy poco que agregar, para ser sinceros.

2 comentarios:

  1. Lo bueno es que a pesar del hastío de la autoconciencia hecha carne, escribís.

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  2. Y, ésa es la joda, si encima de vivir a los tumbos no me siento al menos un rato a la semana... Es lo mínimo que puedo hacer.

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